En las relucientes calles de Mónaco, donde el lujo se encuentra con el Mediterráneo, no es inusual cruzarse con personalidades del calibre de Roger Moore, quien una vez observó que "todo el mundo parece vivir bien aquí en Mónaco". Pero no es solo el esplendor costero o el suave clima lo que atrae a figuras de renombre internacional. Mónaco se ha convertido en el hogar de campeones como el piloto neerlandés Max Verstappen, el as de la F1 Lewis Hamilton, y estrellas del tenis como Novak Djokovic, Alexander Zverev, Daniil Medvedev y Stefanos Tsitsipas. Incluso para Charles Leclerc, nativo de Mónaco, el atractivo de su tierra natal va más allá de sus raíces.
La verdadera joya de la corona monegasca es su régimen fiscal favorable: un oasis en un mundo asediado por la tributación. El Principado no impone impuestos sobre la renta a sus residentes, un llamado silencioso que resuena con los millonarios del mundo. Para las empresas, las políticas son igualmente atractivas: aquellas que generan 75% de sus ingresos dentro del principado gozan de exención fiscal, una cláusula que beneficia en gran medida a las empresas locales. Aquellos que miran hacia el horizonte internacional y obtienen más del 25% de sus ingresos del extranjero, se enfrentan a una tasa del 25% sobre sus ingresos, una cifra que, aunque significativa, es manejable para los titanes de la industria.
El engranaje financiero de Mónaco gira gracias al IVA del 20%, con ciertas reducciones estratégicas, y la legendaria operación del Casino de Monte-Carlo, un ícono de la opulencia y el entretenimiento de alta gama. Además, los inmuebles también llevan su carga tributaria, aunque es notable la ausencia de impuestos sobre las herencias para descendientes directos, una política que perpetúa la riqueza generacional.
Mónaco es un enclave de prosperidad, ostentando un PIB per cápita que muchos estados envidiarían. Y aunque el coste de vida se eleva a alturas vertiginosas, el gobierno ofrece una red de seguridad de vivienda subsidiada para sus ciudadanos, asegurando que la riqueza no despliegue a la autenticidad.
La historia tributaria del principado no ha estado libre de conflictos; en 1962, enfrentó la presión de Charles de Gaulle, que culminó en una concesión que hoy obliga a los ciudadanos franceses residentes en Mónaco a pagar impuestos en Francia. Además, la inclusión previa en la “lista negra” de paraísos fiscales de la OCDE ha marcado su reputación. Sin embargo, la transparencia financiera ha reemplazado la opacidad de antaño, permitiendo a países con gravámenes globales como Estados Unidos rastrear las finanzas de sus ciudadanos expatriados.
En este principado, apenas más grande que un barrio, la prosperidad y la política fiscal se entrelazan en un baile que ha convertido a Mónaco en un paraíso no solo fiscal, sino también de estilo de vida. Así, este pequeño gigante demuestra que en la era moderna, la riqueza no solo se mide en activos, sino en la habilidad de un país para atraer y retener a los titanes del deporte y los magnates del mundo con su clima fiscal. La pregunta permanece, sin embargo, ¿es este modelo sostenible a largo plazo o es simplemente el último vals antes de que el mundo exija una armonía fiscal global